Por Pegaso
¡Aviso importante!
A quien le caiga el saco. Después de profundos estudios y sesudas deducciones tenemos finalmente la respuesta óptima a los graves problemas de inseguridad y violencia que aún campean sobre todo el territorio nacional, pero más sobre Reynosa.
Resulta que después de mi rutinario vuelo vespertino me puse a hojear el reporte que los Servicios de Inteligencia de Pegaso realizaron sobre ese tema y la verdad me sorprendió el resultado.
Todo parece indicar que los culpables de que los narcos se hayan multiplicado como cucarachas, que haya más tienditas donde venden droga que oxxos o supersietes, que anden armados hasta los dientes y que se anden correteando para ver quién se queda con el territorio, ¡somos nosotros mismos!
¡Sí! La conclusión lógica, después de analizar todos los aspectos de un fenómeno que nos pega a la totalidad de los mexicanos es que la subcultura del narco ha permeado a la sociedad entera.
¿Quién no ha bailado en las pachangas campiranas al son de la tambora sinaloense? ¿Quién no usa cinturón piteado y se cree la divina garza?¿Quién no ha puesto cara de perro chato cuando otro automovilista le pita en la calle?¿Quién no tiene un amigo, un pariente o un compadre narco al que no denuncia por los lazos que lo unen a él?
¡Sí! ¡Ahí está! Todos, en cierta medida, somos copartícipes de esa subcultura, la cohijamos, la alimentamos, le dimos fertilizante y ahí tenemos el problemón que no podemos controlar.
Y si no, déjenme demostrárselos.
Vayamos a la Grecia antigua, en el siglo tercero antes de Cristo. Platón está rodeado por varios de sus discípulos, a quienes transmite parte del conocimiento que le legó su maestro Sócrates.
Habla de la armonía como algo que atañe al alma del ser humano y cómo la pérdida de esa armonía conduce a conductas desviadas, violentas y viles (leer el Diálogo «La República»).
Volvamos a tiempos más recientes.
En las principales estaciones de radio del país se escucha una telenovela llamada «Chucho El Roto», que era la historia de un bandido generoso, muy querido por el pueblo porque robaba a los ricos para dar a los pobres, igual que en la Inglaterra medieval ocurría con Robin Hood.
El pueblo, pues, soportaba y alentaba las fechorías de Jesús Arriaga, nombre verdadero de «Chucho El Roto», por consiguiente, era cómplice de los delitos que cometía.
Vámonos más adelante en el tiempo. Nuevamente un medio de comunicación masivo como el radio transmitía los temas de Los Cadetes de Linares y Los Tigres del Norte, como Contrabando y Traición, Camelia La Tejana y muchas otras que ensalzaban y hacían apología de la violencia, de los pistoleros famosos, del delito organizado. Y nos gustaba escuchar esa música, imaginando las «hazañas» de aquellos hombres bragaos que se la rifaban a punta de pistola, donde los «rinches» de Texas eran los malos y los bandidos eran los buenos.
En el cine, nos emocionamos con las películas de Mario Almada, o viendo las peripecias de la familia Del Fierro.
Es un amor muy arraigado del mexicano por la violencia y la anarquía. Por naturaleza siempre tendemos a violar la ley (Nota de la Redacción: No todos, Pegaso, no todos).
Hay una teoría en Psicología que se llama «La Tábula Rasa» que dice que el ser humano no es ni bueno ni malo por naturaleza, sino la educación y las circunstancias lo van formando. Hay otra que asegura que el hombre es malo por naturaleza y otra que dice que es bueno.
La verdad es que aquí estamos, sufriendo un problema que nosotros mismos generamos. Creamos un monstruo.
Llega el puntero a su casa, perseguido por los soldados y se esconde en el ropero. Los militares tocan a la puerta de la vivienda y sale una dulce y abnegada viejecita, a la cual le preguntan por el sujeto. La anciana les dice que no ha visto a nadie y los soldados se van a seguir buscando por otra parte.
Esa situación que sucede más frecuentemente de lo que pensamos, evidencía una complicidad de la gente con los delincuentes.
¿Qué le costaba a la viejecita dejar pasar a los soldados?
-«¡Sí! Llévense a ese pinche huerco que nada más anda haciendo males»,-debió ser la respuesta, e indicar hacia el lugar en el que estaba escondido el botarate.
Sólo que ese botarate acostumbra llevarle regalitos, le compra su dentadura postiza y la lleva a pasear en su Mustang chafa.
Antes del 2008, cuando empezó el desorden, había personas que se sentían orgullosas de conocer al comandante Fulano, o se tomaban fotos con algún mafioso.
Aún hoy, la cultura del narco está tan enraizada que hermosas jovencitas de doce o trece años empiezan a cerrarles los ojitos al maruchero de la esquina. Los chavos de diez años ya se sienten muy hombrecitos y se ponen su cachuchita con mucho brillo, su cadenota de cobre al cuello y se tatúan la imagen de la Santa Muerte.
La sociedad está completamente descompuesta. Se pierden generaciones y no se ve una luz de esperanza al final del túnel.
Por eso, tras leer el reporte que hizo el equipo de analistas de Pegaso me di cuenta cuán grande es el problema y qué tipo de soluciones se deben aplicar.
Como decía Platón, si la música es armonía, los narcocorridos y las cacofónicas canciones sinaloenses deben erradicarse de nuestra República, que, aunque no es tan perfecta como la que describe el sabio griego, al menos sí debemos procurar que vuelva la paz y la tranquilidad social.
Para ello es necesario aplicar técnicas de reacondicionamiento social, para que la gente prefiera escuchar la verdadera música, la que tranquiliza el alma, la que nos provoca los más sublimes pensamientos y hermosas sensaciones.
Sugiero que se utilice la Técnica Ludovico.
La Técnica Ludovico es un método de lavado de coco que nos muestra la película «La Naranja Mecánica», de Stanley Kubrick.
El Pequeño Alex es un joven desadaptado que se junta con otros dos zoquetes igual que él, cometiendo todo tipo de desmanes.
La policía lo gancha y lo somete a un aparato que lo mantiene inmovilizado, con los ojos abiertos, mientras delante de él, en una pantalla pasan una serie de escenas de amor, ternura y compasión. Obligado a ver todo aquello que fomenta la armonía y la paz espiritual, pronto vemos a un Pequeño Alex completamente readaptado.
¿Lo ven?¡Fácil! Sólo hay que aplicar la Técnica Ludovico a todos los marucheros del país.
Y aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «¡En este preciso momento quedó dispuesta la cucurbitácea». (¡Ya está la calabaza!)