Por Pegaso
Propondré que se adicione a la Constitución de nuestro País un artículo que haga obligatorio el examen psicológico de los aspirantes a cargos de elección popular, tales como Presidente de la República, Senadores, Diputados Federales, Gobernadores, Presidentes Municipales, Diputados Locales y hasta Síndicos y Regidores.
¿Por qué de la necesidad de esta propuesta?-me preguntará alguno de mis dos o tres lectores.
Para evitar que lleguen a detentar el poder personas mentalmente no aptas, personas que nos pueden arrastrar en sus delirios paranoides, como ocurre actualmente en un país muy, muy lejano que se llama Mexicalpan de las Tunas.
Se supone que en ese país la forma de gobierno es la democracia.
Por democracia se entiende “el gobierno del pueblo o de las mayorías”. Es el pueblo el que pone y quita mandatarios.
Pero el gran fallo de la democracia es que las mayorías casi nunca tienen la razón.
Podría dar muchos ejemplos de esa última afirmación. El más famoso de ellos fue la creencia que prevaleció durante miles de años entre el 99.9999999% de la población del planeta de que la tierra era plana.
Como consecuencia, la Iglesia condenó a muerte a algunos loquitos que, como Galileo Galilei y Nicolás Copernico, se atrevieron a decir que la Tierra era redonda. Hasta que después vino Cristóbal Colón y con sus viajes demostró la veracidad de esa afirmación.
Aún hoy en día, la mayoría de los habitantes del mundo creen en algún tipo de religión, y más recientemente, la mayor parte de la gente piensa que el coronavirus es un invento y no se cuidan porque tienen la seguridad de que no les pasará nada malo. “¿Acaso conoces a algún enfermo de COVID-19?”-preguntan, como si su cuestionamiento fuera la prueba irrefutable de que todo es una treta.
Platón, en La República, analiza y cataloga las formas de gobierno.
El filósofo griego consideraba la monarquía o aristocracia como la mejor forma de gobernar a un pueblo, sin embargo, bajo ciertas circunstancias aún el mejor sistema de gobierno puede colapsar y caer en uno peor.
Por ejemplo, en Mexicalpan de las Tunas hubo monarquía. De ahí pasamos a tener un gobierno timocrático, es decir, del dominio de la clase militar, que es una degeneración de la aristocracia.
Luego pasamos a una oligarquía, definida como el dominio de los ambiciosos, derivado de la timocracia.
De la oligarquía se suele pasar a la democracia y finalmente, todo degenera en la tiranía, un gobierno de un solo individuo preocupado por sus intereses particulares.
En Mexicalpan de las Tunas ha llegado el momento en que muchos de sus habitantes empiezan a recordar aquel viejo y conocido adagio que dice: “Estábamos mejor cuando estábamos peor”, o aquel otro que dice: “Salimos de Guatemala para entrar a guatepior”.
Las mayorías, que son fácilmente manipulables por individuos carismáticos y mesiánicos, aún no se dan cuenta del error cometido.
Es necesario que exista otro Galileo o un nuevo Copérnico para que les haga ver la realidad, o un Platón que les explique el significado de su famosísimo Mito de la Caverna.
Por cierto, el mismo Platón, inspirado en las enseñanzas de su maestro Sócrates, defendía la idea de que el sistema perfecto de gobierno es aquel donde mandan los filósofos, porque estos sólo se preocupan en el conocimiento, no en los billetes ni en el poder por el poder mismo.
ADDENDUM: Mexicalpan de las Tunas es un país ficticio. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Come frutas y verduras. ¡Mucho ojo! Y cuéntaselo a quien más confianza le tengas.
Nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Estoy obligado a engullir aquel fruto del cactus Opuntia ficus-indica, a pesar de que me lacere la extremidad superior”. (Me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano).