Por Pegaso
Ahora que acaban de pasar las festividades relacionadas con los muertos, no me queda más que dar la razón al refrán popular aquel que dice: «Carecemos de cualquier valor físico», o lo que es lo mismo, «no somos nada».
Surfeando en el mar de las redes sociales me encontré con una información en relación a los 55 mexicanos que esperan la pena de muerte en territorio norteamericano, de los cuales dice la Secretaría de Relaciones Exteriores que ha logrado salvar a treinta.
Luego, en un correo electrónico que me encontré y que corresponde a una nota enviada por mi colega y amigo periodista Isael Castillo Guerra, me enteré que un sujeto llamado Rubén Ramírez Cárdenas está dentro de esa lista y espera sentado en la prisión de Livingstone, Texas, aquí cerquita, su hora fatal.
Aunque no se puede juzgar a nadie por su apariencia, es difícil abstenerse de adjudicar calificativos a alguien que tiene una mirada torva, rostro duro y gesto de perdonavidas.
Posiblemente Rubén sea un alma de Dios, que andaba de shoping por gringolandia o se pasó de mojado para perseguir el estilo de vida americano y por azares de la vida cometió algún delito grave, como lanzarle un piropo a una damita, escupir en la calle o echarse n pedo en la Plaza Mall.
Existía una disciplina dentro de la práctica forense llamada Frenología. Se supone que las características del rostro pueden decirnos mucho del carácter de una persona.
Decía El Filósofo de Güemez: «Si tiene cara de buena gente, ¡es buena gente!; si tiene cara de bandido, ¡es bandido!, y si tiene cara de ratero, ¡no le prestes!»
Otro dicho muy usado por la gente sabia que son nuestros padres y abuelos dice: «Los ojos son la ventana del alma».
Entonces, no soy yo quien lo dice, sino la sabiduría popular y los fundamentos de la Frenología: Cuando veas a un sujeto de rostro patibulario, lo más probable es que ande en muy malos pasos.
En mis múltiples correrías por las calles de Reynosa, donde hay un maruchero en cada OXXO o Supersiete y un puntero en cada esquina, he podido estudiar los rostros de todos ellos y, ¿saben qué? Tienen algo en común: la mirada más dura que la de Rambo antes de volarle los sesos a un vietnamita, el rostro pétreo, la sonrisa burlona y una pose de galán de telenovela chafa.
No metería la mano por los 55 paisanos que esperan ser ejecutados. No los conozco, pero definitivamente algo hicieron para merecerlo.
Es muy común que los mexicanos, cuando cruzan de ilegales a los Estados Unidos se anden con pies de plomo para no llamar la atención de la chota.
Más, una vez que logran la residencia legal, cuando se casan con una gringa, tienen uno o más güercos, consiguen una casa y una camioneta más o menos decente, se empiezan a sentir gringos y son los primeros en rechazar a sus compatriotas que apenas van llegando a ese país en busca de mejores condiciones de vida. Y esos a su vez siguen el mismo camino, y el ciclo se repite per secula seculorum.
De pronto vemos en las garitas americanas que hay un agente de migración todo prietito, chaparrito y bigotón, cuando vamos pasando a McAllen.
Lo primero que se nos viene a la mente es: «¡Híjole, este es paisano! No me la va a hacer tanto de tos!»
Pero no. Al contrario, son los más perros al momento de revisarnos los documentos. Piden que abras la cajuela y buscan hasta dentro del gato a ver si no llevas drogas. Y te ven con cara de sospechoso aunque lleves a un lado a tu mujer y a los chilpayates.
Yo siempre que platico de esas cosas doy un ejemplo a mis interlocutores.
Les digo que allá cualquier cosa que hagas es motivo para que te lleven a un tribunal.
Imagínense que un peladito de esos que abundan en los arrabales de Reynosa vea pasar delante de él a una curvilínea chica, dueña de despampanantes curvas y ataviada con una breve minifalda.
No se va a aguantar las ganas de lanzarle un piropo subido de coolor: «¡Mamachitaaaaa! Si como lo mueves lo bates, ¡ay, qué ricos chocolateeeeesssss!»
La fémina en comento, una vez escuchada la interlocución, procederá a llamar telefónicamente a una patrulla policíaca para que le echen el guante al atrevido sujeto.
Una vez en poder de la policia, le dirán al inculpado hasta de lo que se va a morir y le aplicarán un multón del ocho por faltas a la moral en la vía pública.
Pero además, la afectada pondrá una demanda millonaria porque el mencionado piropo le ha causado uns evero trauma psicológico, además de los gastos del psicólogo y de rehabilitación.
De cajón, se tendrán que ver en una corte y la inocente damita lo señalará con índice de fuego porque además, en cada esquina de cuaquier ciudad estadounidense hay una cámara que capta todo.
Total, por un piropito que en México puede resultar inofensivo, en Estados Unidos constituye una felonía que se castiga duramente.
Así que no me sorprende que haya tantos condenados a muerte en el vecino país del norte.
En algunas naciones, como México, ese tipo de condenas no se da en la práctica, aunque sí está en la Constitución.
En otros, como en China, cuando agarran a un narcotraficante, a un asesino o a un violador, no se andan con cuentos y le descerrajan un tiro en la cabeza ahí mismo.
Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «Al territorio donde te dirijas es necesario adoptar la misma postura que observes en los naturales». (A la tierra que fueres haz lo que vieres).