Por Pegaso
Ahora que estamos sufriendo los efectos del coronavirus, es cuando más cariño le hemos tomado a los nutriólogos.
Durante muchos años eran personas anodinas, casi nadie los pelaba y solo se les veía en eventos gastronómicos donde ofrecían degustaciones con ingredientes insípidos, aunque muy saludables.
Tras saberse que el COVID-19 les pega más a los diabéticos, obesos e hipertensos, quienes durante toda su vida se alimentaron desordenadamente (la gula), o a los sedentarios, que no hacen nada de ejercicio (la pereza), a los que padecen enfermedades inmunosupresoras, como el VIH (la lujuria), a los que prefieren guardar el dinero antes de gastarlo en una buena alimentación (la avaricia), a los que quieren ser como el Chaparro Charcheneger para tener un chingo de viejas (la envidia) o a los que no quieren ningún tipo de ayuda (la soberbia), ahora todo mundo quiere tener a un nutriólogo de cabecera.
(Nota de la Redacción: ¿Notaron cuán hábilmente nuestro colaborador intercaló los siete pecados capitales dentro de la lista de causas del COVID? Esto es oro molido para los pastores religiosos. No sé cómo no se han dado cuenta para comunicarles a sus acólitos que el coronavirus es un castigo divino).
La pandemia, que aparte de partirnos la mandarina en gajos porque no pudimos salir en Semana Santa y en las vacaciones de verano a broncearnos la barriga a las paradisíacas playas de Cancún o Puerto Vallarta, nos ha obligado a cambiar drásticamente nuestros hábitos alimenticios.
Ahora ya dejamos la Coca Cola y preferimos los juguitos naturales de remolacha, acelgas, kiwi o pepino.
En lugar de echarnos unos taquitos de Don Yeyo, pasamos al supermercado a comprar algo de germinado; en vez de irnos a los chicharrones de El Chubasco, preferimos el chorizo vegano de soya o las verduras orgánicas.
Pero todo eso es muy caro.
Yo he ido a HEB y he notado que en una parte están los cereales comunes y corrientes: Zucaritas, Choco Crispis, Corn Flakes y Fruty Loops, que cuestan unos cincuenta varos por caja, y más allá, en un lugar preferente, a la altura de la vista, las presentaciones más saludables, con germen de trigo, centeno, quinoa, avena integral y otros adicionados con ácido fólico y todas las vitaminas, desde la A hasta la Z, cuyo precio oscila entre los 130 y los 180 pesos por caja.
Sigo recomendando a quien me pregunta que mejor traten de tener una dieta normal, comiendo sus tres veces al día de manera moderada, hacer algo de ejercicio y consumir suficiente agua.
Y para los vetabeles como yo, es necesario suplementar con algún tipo de multivitamínico.
Si seguimos ese régimen y evitamos como la peste al estrés y las preocupaciones, el COVID y todas las demás enfermedades nos van a pelar los dientes.
No es que quiera que los nutriólogos no tengan chamba. A final de cuentas, se quemaron las pestañas en la universidad.
Cuentan aún con un mercado muy amplio compuesto por obesos ricachones y sus fodongas esposas que quieren recuperar la línea, pero no dejan de levantarse en la noche para tragarse todo lo que encuentran en el refri.
Por lo pronto, yo no cambiaré mi dieta de taquitos de trompo, tostaditas con carne asada, papas asadas con su queso amarillo y mantequilla, y las suculentas sincronizadas, suculentas viandas dignas del más refinado paladar.
Ese es uno de los placeres de la vida que hay que gozar. (Nota de la Redacción: La gula).
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “De músculo lingual ingiero una oblea elaborada a base de la semilla de Zea mais”. (De lengua me como un taco).