Por Pegaso
Las cosas ya no son como antes.
Ahora todo es virtual, electrónico, digital.
Pongamos por ejemplo el famoso caso del programa espía “Pegasus” (spyware).
Cualquier hijo de vecina, con solo tener el suficiente dinero, puede comprarle a la empresa israelí NSO Group un programa para poder escuchar todo lo que digan sus vecinos por su smartphone sin que ellos se den cuenta.
Pueden hackear cuentas bancarias, destrozar reputaciones y cometer mil y una atrocidades gracias a la tecnología, o como dice su publicidad oficial: “Ciberinteligencia para la seguridad y la estabilidad global. NSO creó tecnología que ayuda a las agencias de gobierno a prevenir e investigar el terrorismo y al crimen para salvar millares de vidas alrededor del mundo”.
Pero la verdad es que a estas alturas, ya nadie estamos a salvo de ser espiados, y la privacidad ha pasado a ser cosa del pasado.
Recuerdo que en los años setenta y ochenta, la encargada del espionaje era la tortuosa Dirección Federal de Seguridad. Los políticos temblaban de miedo cuando la DFS dirigía hacia ellos su atención. Sus principales actividades se centraban en los líderes de la oposición y periodistas que criticaban al régimen.
Esa policía política quedó desmantelada para dar paso a lo que fue después el Centro de Información y Seguridad Nacional (CISEN), que actualmente se llama Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Allá por el año de 1990, mi amigo Jaime De León, a la sazón Delegado del CISEN en Reynosa, me invitó a colaborar.
Estuve un año en la oficina que se localizaba por la calle Tamaulipas, a media cuadra del café Sánchez.
Fue mi primer contacto con las computadoras y el Internet, pero nunca supe que tuvieran equipo supersecreto de espías, ni mucho menos.
Nos dedicábamos a monitorear los posibles puntos de conflicto para que el Gobierno Federal tuviera conocimiento y pudiera actuar antes de que estallara el problema.
Pasó el tiempo. En el tercer año del Gobierno de Tomás Yarrington, en el 2003, me llamaron para ocupar una plaza vacante en un sistema de información que dependía de la Secretaría General de Gobierno.
Ya que tres años antes el PAN había ganado la Presidencia de la República, cada estado priísta tuvo la libertad de crear su propio cisencito.
Trece años estuve trabajando en labores de recopilación y análisis de información, hasta que llegó Cabeza de Vaca con sus vientos de cambio y desmanteló todo el departamento.
Tres años después me volvieron a llamar. Estuve seis meses haciendo lo mismo, pero me deslindé cuando no me pagaron porque mi plaza nunca fue autorizada.
Pero bueno, a lo que voy es que durante mi permanencia como integrante de esos cuerpos de inteligencia, nunca supe que hubiera intervención telefónica de personajes de interés o hackeo de sus cuentas personales para obtener información de manera ilegal.
La chamba sucia la hacían los cuerpos de seguridad, encargados de poner cola, de colgarse de los teléfonos, de buscar antecedentes a los enemigos y de sembrar evidencias en su contra.
Pero ahora todo eso quedó obsoleto y descontinuado.
Piérdale el amor a algunos miles de dólares y podrá contar con lo más avanzado en tecnología de espionaje, gracias a los investigadores israelíes y a NSO Group.
¿Alguno de mis dos o tres lectores cree que Pegasus ya no se utiliza en las altas esferas gubernamentales, a pesar del reciente escándalo?
El spyware, como la influenza, llegó para quedarse. Ni siquiera el actual Gobierno de la Cuarta Transtornación estaría dispuesto a deshacerse de ese tipo de tecnología para mantener vigilados a sus oponentes, aunque ahora lo hacen de manera más discreta.
Quédense con el refrán estilo Pegaso que dice así: “¡Poninas!-expresó el individuo de nombre Popochas”. (¡Poninas!-dijo Popochas).