Por Pegaso
Subí a un camión colectivo, de esos largos, largos, como los que usan para el transporte escolar de gringolandia, y realmente fue una experiencia traumatizante.
Desde que abordé la unidad, mis castos oídos fueron agredidos por una música cacofónica; las personas que venían a bordo, todas con cara de perro chato, quizá por verse obligados a levantarse temprano para ir a la chamba o a la escuela.
Había una adolescente con audífonos, una viejilla de ojos vivaces y un mofletudo individuo que iba dormitando, además de otros cinco o seis paisanos más, cada quien sumido en sus propios pensamientos.
El armatoste no traía suspensión y todo le rechinaba.
Cada piedrecilla que pisaba era un rebotar de gente; cada tope, una montaña rusa y cada bache un delirante bailoteo.
Mientras tanto, el chofer tarareaba la letra de una fea canción que se oía en la radio, inmutable, tal vez acostumbrado a aquel trepidar incesante.
Yo, que siempre ando en los aires, tuve que agarrarme a veinte uñas para no salir disparado hacia el techo.
Recordé una reciente entrevista que le hice al Delegado de Transporte sobre la revista mecánica que se llevará a cabo durante el mes de agosto, y pensé inmediatamente que vehículos como aquel, deben ser sacados inmediatamente de circulación por el gran riesgo que representan.
Las más de dos mil unidades del transporte colectivo que circulan por las calles de la ciudad son misiles que van a más de cien kilómetros por hora, sin importarles la vida de los usuarios.
Arriesgadas maniobras que ya quisieran quisieran realizarlas en los circuitos de Fórmula 1 los mejores pilotos deportivos, como Emerson Fittipaldi o Michael Schumacher, frenadas bruscas, música estridente… los choferes de las «‘peseras» y «taxis» son unos verdaderos orangutanes, y nadie hace nada por mejorar el sistema de transportación urbano.
No pido que compren unidades nuevas. Basta con que sean del 2010 o 2012, pero en buenas condiciones.
Muchos dicen que ya rebasamos el millón de habitantes en Reynosa, pero yo creo que seguimos siendo un rancho grandote que aún se transporta en carromatos.
Nada que ver con ciudades realmente progresistas, como Monterrey, Puebla, Guadalajara o la propia Ciudad de México.
En aquellas urbes existe desde hace muchos tiempo el sistema del metro. En el DF hay trenes rápidos, tranvías, trolebuses, metro y metrobús, no se diga en metrópolis como Shangai, Hong Kong, París o Londres, donde las unidades del transporte colectivo son de super lujo, con aire acondicionado, edecanes, televisión de pantalla plana, juegos interactivos y todo eso, para hacer de los viajes cortos algo más placentero que sólo ir agarrado de un tubo.
Nos falta mucho.
¿Mucho? Yo diría que nos falta como dos siglos para estar a la altura de Monterrey, en materia de transporte público.
De momento, si alguno de los funcionarios responsables de esa área me está leyendo, ¡no la chinguen! En lugar de estar pensando en aumentar la tarifa, obliguen a los dueños de las unidades a que compren vehículos de modelos más recientes.
Las nalgas y las columnas vertebrales de los usuarios se los agradecerán.
Viene el refrán estilo Pegaso: «Es de mayor pesadumbre permanecer en locomoción bípeda». (Es más triste andar a pie).