Por Pegaso
Andaba yo volando allá, cerca del centro de la ciudad, soportando los embates de la canícula, cuando un amigo me preguntó la causa, motivo, razón o circunstancia (Nota de la Redacción: Híjole, Pegaso, te estás fusilando las frases del Profesor Jirafales, a ver si no viene después la demanda por plagio) de mi animadversión hacia los petroleros, a tal punto de llamarlos petrocerdos.
Una de las cosas que recuerdo de mis años mozos, recién desempacado del CBTIS 7, fue la risotada de burla que se aventó el malnacido «Gato» Cerda cuando fui a pedirle chamba en Petróleos Mexicanos.
Mucho tiempo después, ya como reportero de un periódico local, veía cómo los líderes de ese gremio vivían como reyes. Cuando venía «La Quina» o «Chava» Barragán se armaban unas orgías pantagruélicas, donde el vino, la droga y las mujeres abundaban. Bueno, La Quina se abstenía porque él mismo se consideraba un santón impoluto, pero sus colaboradores daban rienda suelta a sus instintos.
Lo cierto es que durante muchas, muchas décadas,los dirigentes fueron amados y temidos.
En Reynosa, y me imagino que en muchas otras ciudades petroleras del país, los trabajadores sindicalizados contaban con prestaciones y canonjías innumerables.
Aquí les construyeron una colonia completita, llamada José de Escandón, mejor conocida como La Petrolera. Hasta la fecha, es una de las pocas colonias donde no hay caidos de drenaje, lo que nos da una idea de que fue hecha con toda la mano.
Gracias a sus representantes, a los trabajadores PEMEX les daban créditos para construir sus casas, pero además, les pagaban una especie de renta; les prestaba para comprar auto nuevo, y se les pagaba un jugoso bono por usarlo, así que prácticamente esas dos cosas se las regalaban.
Tenían o tienen, además, un sueldo que ya lo quisiera un profesionista con tres maestrías y cinco doctorados, un aguinaldazo casi tan choncho como el de un Ministro de la Suprema Corte, prima vacacional, seguro de vida, etcétera, etcétera, etcétera, algo con lo que ni siquiera sueñan la gran mayoría de los trabajadores mexicanos.
Además, las plazas pueden heredarse a los hijos.
Tras la risotada que se aventó «El Gato», hoy, hace más de 36 años, me dí cuenta que era un sistema impenetrable.
¿Por qué razón un hijo de petrolero tenía más derecho que yo, tan mexicano como él, a disfrutar de un trabajo en una empresa que es de todos, como PEMEX?
Mí no entender. Soy sietemesino, como dijo el ex regidor Rodríguez Nieto y necesito que me expliquen con palitos y bolitas.
¿Por qué no puedo ir a atenderme al Hospital de PEMEX?
Si el petróleo es de todos, lo lógico es pensar que todos debemos beneficiarnos en la misma medida.
Puesto que a los trabajadores sindicalizados se les han retirado algunas de sus canonjías, ahora sí quieren mandar a la cárcel a sus líderes, empezando por Carlos Romero Deschamps y Moisés Balderas Castillo.
¡Pero cuando les daban a manos llenas, ni pío decían!
Me tocó estar en muchas asambleas petroleras, y daba pena ajena ver el entreguismo hacia los todopoderosos dirigentes.
Llegó un momento en que se creían la Mamá de Tarzan y hasta el más pinchurriento «chango» (Nota de la Redacción: Nuestro colaborador se refiere al trabajador que se subía a las torres de perforación) se creía de la más rancia aristocracia y nos veía por arriba del hombro al resto de los ciudadanos.
Entre los viejos líderes petroleros de oposición, como mi cuate Hebraicaz Vázquez, se habla desde hace muchos años de la Segunda Expropiación Petrolera, es decir, arrancar de las manos del corrupto sindicato el control de las riquezas petroleras del país.
Pero debe hacerse ya, antes de que todo se lo lleve el diablo.
Va el refrán estilo Pegaso: «Ahora no resulta positivo verter líquido lubricante secretado por las glándulas lacrimales». (Ya ni llorar es bueno).