AL VUELO/ Realeza

Por Pegaso

Andaba yo volando por el centro de la ciudad, viendo cómo los cumplidos elementos de Protección Civil colocaban las bandas amarillas alrededor del kiosco para evitar que las parejitas se suban a ese lugar, se den de picoretes y se contagien de coronavirus.

Más tarde, en mi búnker, navegando en las redes sociales, leí un artículo sobre el próximo rodaje de lo que será una película de la nobleza británica.

Se llamará… ¿A que no adivinan? ¡Sí!¡”Spencer”!

El nuevo churro tratará sobre la vida y muerte de la fallecida Lady Diana, Diana Spencer o Diana de Gales, prima y esposa del príncipe heredero Carlos, quien se quedará en el trono cuando la viejita cara de pasa cuelgue los tenis.

Si hemos de ser sinceros, los seres humanos comunes y corrientes siempre han sentido gran fascinación por la realeza, ya que muy en el fondo las jovencitas quieren hallar su príncipe azul y vivir felices para siempre, como termina todo cuento de hadas que se respete.

Por otro lado, los chavos y no tan chavos, desean disfrutar de todo ese lujo sin trabajar, rodeados de hermosas mujeres, accesibles y frívolas.

Pero aquí hay que decir la verdad. Y la verdad es que todos los reyes, príncipes, princesas, condes, sires, lores y ladies son verdaderos parásitos de las sociedades que los cobijan.

Actualmente han llegado a ser algo así como estrellas de la farándula.

La mayoría de ellos viven de una estupenda renta que les otorgan sus países por prestar su invaluable “servicio”.

Parte de los tesoros públicos van a parar a su bolsillo. Viven prácticamente de gorra, gracias al esfuerzo de sus “súbditos” y no tienen que mover un dedo para que se les cumplan todos sus caprichos.

Su almuerzo no es una taza de café negro con una concha, como el resto de los mortales, sino que tienen a su disposición todo tipo de viandas preparadas por los mejores chefs del mundo.

No comen taquitos de canasta, como los albañiles y chalanes, sino que degustan delicada carne de faisán, aderezada con aromáticos condimentos, con maridaje de vino Chianti de Burdeos y llevan a su regia boca suculentos postres.

Hay entre ellos grandes empresarios. Los príncipes de Arabia Saudita o los de Kuwait obtienen fabulosas ganancias explotando las riquezas del subsuelo, pero en lugar de repartirlas entre sus súbditos, se las embuchacan para ellos mismos.

En la Edad Media, los reyes eran señores de horca y cuchillo. Vivían en grandes castillos, rodeados de lujos y fabulosas riquezas. Tenían a su disposición a miles, o a veces a millones de súbditos que hacían lo que ellos querían sin chistar.

Que si alguien sembraba en la tierra del rey, el 90% de la cosecha iba a parar a las arcas reales; que si alguien se iba a casar, el derecho de pernada correspondía al lascivo monarca. Que si había guerra, los que daban la vida eran los plebeyos…

Debo decir que poco o nada ha cambiado, salvo que la realeza actual ha perdido los derechos y canonjías de los que antes gozaban.

Pero, a decir verdad, poco han perdido, porque siguen viviendo a lo grande a expensas de sus “súbditos”.

Me cae que si en México hubiera reyes, me pegaría un tiro.

Por cierto, ¿saben dónde quedaron los hijos de Moctezuma, de quienes se dice son los herederos del trono mexicano?

Se los llevó Hernán Cortez a España, les dieron un título de nobleza y actualmente son más gallegos que la fabada.

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Suspendidas las funciones vitales del monarca, ¡que permanezca con sus funciones vitales el monarca!” (Muerto el rey, ¡viva el rey!)

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