Por Pegaso
¡Ufff! Aterrizamos en Reynosa luego de andar volando mi Pegasita y yo sobre las cálidas y transparentes aguas del paradisíaco puerto de Cancún, ahora repletas de un alga fea y pestilente llamada sargazo, misma que proviene del Océano Atlántico, cerca de Brasil.
Quiero confesar que, llegando al aeropuerto de aquel lugar, fuimos víctimas de una original y nunca vista forma de fraude por parte de la «mafia de la resortera».
Me explico. Al llegar al área donde recogería las maletas fuimos abordados por un individuo que se acercó para ofrecernos asesoría turística, identificándose como parte del personal del aeropuerto que presta ese servicio a los visitantes.
Luego de mostrarnos las mil y un maravillas de aquel destino de descanso, nos propuso un tour que incluía un desayuno y el traslado en ferri hasta Isla Mujeres, por la módica cantidad de ¡600 pesos por los dos!
No me lo creía, así que aceptamos el dichoso tour.
Muy temprano llegó al hotel por nosotros y nos pidió algunos datos. Le dije que soy periodista y me respondió que al lugar donde íbamos no debía decir que trabajaba en medios, porque si no, lo ponían como camote.
Y a donde íbamos era a un desarrollo turístico de los que se conocen como resorts.
Aunque desde ahí me barruntaba algo turbio, seguimos adelante con el juego.
Nos trasladaron hasta un lugar ubicado al norte de Playa del Carmen y fuimos recibidos por solícito personal. Se nos asignó una guía que nos explicaría detalladamente los beneficios de tener una membresía de su balneario.
Almorzamos con opíparo buffette y después nos guió para conocer las instalaciones de primer mundo, lujosísimas, llenas de gringos, negros y uno que otro prieto mexicano.
Ya encandilados con todo el lujo y la magnificencia del resort, nos devolvieron a una oficina, donde la guía nos planteó diversos planes para contratar una membresía.
Pienso que nos vieron cara de riquillos (Nota de la Redacción: Sí, Pegaso, la cara la tienes, nada más te faltan los billetes), ya que al notar nuestras dudas llamó a un primer ejecutivo.
Tal ejecutivo nos dio varias opciones, pero ya para ese momento estábamos seguros de lo que se trataba, así que empecé a dejarles caer las negativas.
Vino después un sujeto de traje, que nos dijeron era el gerente del resort y recibió la misma negativa nuestra. Finalmente, echaron su carta fuerte, un peladito que hablaba más que una suegra, con la labia y la simpatía de Polo Polo, Jo-Jo-Jorge Falcón y la Chupitos juntos, pero ni aún así pudieron convencernos de aceptar una membresía de 90 mil pesos de enganche, 5 mil mensuales y un plazo de 40 años.
Si al principio los empleados eran todo miel, al final tenían cara de perro purgado.
Nos fuimos de ahí, tras perder más de dos horas de nuestras soñadas vacaciones. Pero eso sí, cumplieron con transportarnos en ferri hasta Isla Mujeres.
Y ustedes, que algún día piensan ir a Cancún o a cualquier otro destino turístico, no caigan en las redes de la «mafia de la resortera» si no tienen un ingreso por lo menos como el de los jueces de la Suprema Corte de Justicia, del INE o de la maestra Elba Esther.
Perras flacas, absténganse.
Finalizo con el refrán estilo Pegaso: «¡A lo que te truje, Chencha!» (¡A la actividad por la cual te trusladé, Inocencia!).