Por Pegaso
Se encuentra el padrecito Varquera en su confesionario de la parroquia de Guadalupe cuando a lo lejos escucha un lastimoso llanto.
Era la Chabelita que se acercaba llorando a moco tendido.
-¡Ay, Dios mío!-dice el prelado. ¡Ahí viene otra vez esa hija de… tu Santa Gracia!
Entra la Chabela al confesionario y le besa la mano al señor cura, quien inmediatamewnte después se limpia las mucosidades en su inmaculada sotana.
-¡Ave, María Purísima!
-Sin pecado concebida, padre.
-¿Y ahora por qué lloras, Chabela? ¡Mira nada más cómo vienes! Límpiate esas excrecencias.
-¡Ayyyy, padre, es que no me atrevo a verlo de frente, ya que mi honra y mi pudor han sido salvajemente pisoteados por un emisario del demonio del mediodía, un enviado del averno que pretende arrastrarme a lo más profundo del Tártaro.
-A ver, a ver, cálmate y dime por qué estás diciendo esas barbaridades.
-Sí padre. Usted conoce a Donaldo Trompas, ¿verdad?
-¡Claro que sí! A Donaldito Trompas, un muchacho muy bien educado y sobre todo, respetuoso de las buenas costumbres de la Santa Iglesia Católica y gran amigo de los migrantes.
-¡Nada de buenas costumbres, padre! Es un ente repleto de lujuria y concupiscencia.
-No puedo creer lo que dices. ¿Qué fue lo que pasó?
-Pues mire, padre, iba yo saliendo de la misa de las ocho de la noche cuando me encontré al tal Donaldo y me dijo (haciendo la voz gutural y poniendo los ojitos en blanco): «¡Chabela, te quiero enseñar lo que tengo! Ven a mi casa para mostrártelo».
-Y naturalmente tú te negaste a ir…
-(Soltando nuevamente el llanto) ¡Ayyy, ayyy, ayyyyyyy!
-¿Cómo? ¿Sí fuiste con él a su casa?
-Pos es que yo quería ver lo que me iba a enseñar.
-Bueno, ¿y luego qué ocurrió?
-Pues nada, padre, que ya estando dentro de su casa que saca su cosota y me la enseña…
-¿Qué fue lo que te enseñó?
-Pues eso que tenía entre las piernas. Estaba bien grande y dura, Hasta me hizo que se la agarrara…
-(El padre agarra su biblia con las dos manos y le da en la cabeza) ¡Pécora, inverecunda, pecatriz! ¿Cómo pudiste hacerlo?
-¡Ayyyy, no me diga esas cosas tan feas, padre!
-Pero cómo no te lo voy a decir, mujer pérfida… ¿y luego qué pasó?
-Bueno, me puse a verla y tocarla. Y entonces él me dijo (nuevamente con voz gutural y poniendo los ojos en blanco): «¡Chabela, yo sé que no eres feliz, pero con esto te pondrás muy contenta!»
-No lo puedo creer. ¡De qué cosas es capaz Donaldito! De ese gargantúa me encargo yo después. Y luego, ¿qué te dijo?
-Me dijo que la quería aventar a Corea del Norte para darle un escarmiento al Gobierno de ese país…
-Espera, espera, Chabela, ¿de qué me estás hablando?
-Pues del misil grandote y duro en el que estaba sentado Donaldo.
-¿Y es de un misil de lo que me estabas hablando desde el principio?
-¡Pues claro que sí padrecito!¿Usted qué me había entendido?
-Nada, nada, hija. Ver y tocar el misil que quiere aventarle Donaldito Trompas a los coreanos no es un pecado.
-¿No es un pecado? ¡Gracias, padre, qué bueno es usted! (Besándole las manos).
-Anda, ve con Dios, Chabela.
(Sale la Chabelita del confesionario y el padre Varquera enlaza las manos a la altura del pecho, mientras dirige al cielo una mirada de reproche): Dios mío, ¿por qué no te llevar a tu sierva a la Casa Blanca?
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