Por Pegaso
Recostado en mi mullido cumulonimbus, no hago otra cosa más que pensar en la forma en que nuestros sentidos nos engañan y de cómo nosotros mismos llegamos a sabotearnos cuando tenemos puesta la esperanza en algo o en alguien.
No sé si a mis dos o tres lectores les ocurre lo mismo, pero a mí me pasa muy frecuente que cuando existe la posibilidad de obtener o recibir algo, siempre las expectativas son más altas de lo que en realidad ocurre.
Yo esperaba, por ejemplo, concretar un nuevo trabajo y me creé muchas expectativas, sin embargo, ocho meses después de firmar un contrato, sin una plaza formal y sin haber recibido un solo centavo, la cruel realidad me tumbó desde la nube en que andaba, como le ocurrió a Cornelio Reyna.
Todo esto me recuerda una fábula de la India que dice más o menos así: En la antigua India había un campesino muy pobre.
Era tan pobre que vivía en una casucha construida con madera podrida y cartones. Cuando llovía, se mojaba más adentro que afuera.
Somasormán era su nombre.
En cierta ocasión, cuando su patrón levantó la cosecha de trigo, le dio a Somasormán como pago una olla llena del cereal, y éste, muy contento, la llevó a su casa y la puso en un taburete, delante del miserable camastro donde vivía, cerquita de una fogata que le servía para calentarse.
Como estaba cansado por el trabajo realizado durante el día, se quedó recostado, pensando en lo que podría hacer con esa mínima cantidad de semilla:
-Iré al mercado y venderé la mitad. Con el dinero que me den, le pediré al patrón que me rente un pedacito de tierra, y ahí sembraré el resto del trigo,-se dijo a sí mismo.
Y prosiguió en su ensimismamiento:
-Ya que levante mi propia cosecha, con el dinero que gane le compraré el terreno al patrón y me sobrará trigo para sembrar. La mitad de lo que obtenga lo invertiré en comprar más tierra, hasta tener una buena cantidad. Una vez que tenga suficiente dinero, mandaré construir una casa más grande y más sólida, compraré algunos bueyes para que me ayuden a sembrar y seré un hombre rico. Luego podrá comprar más tierra y más bueyes, hasta convertirme en el hombre más próspero de la región, y entonces, me compraré una mansión. Ya que tenga la mansión, buscaré una hermosa mujer para casarme con ella. Cuando me case y la traiga a vivir conmigo, le pediré que me dé un hijo. Mi hijo crecerá sano y fuerte, y será un gran futbolista…
Tan emocionado estaba Somasormán, que involuntariamente dio una patada a la olla de trigo y todo su contenido fue a parar a la fogata, donde se quemó por completo.
Por eso no es bueno hacer planes. Y pensando en lo que me ocurrió a mí, a Pegaso, yo le daría el mismo consejo a nuestro amado Tlatoani, ALMO, para que deje de estar soñando: Ni los narcos se van a portar bien, ni sus abuelitas les van a jalar las orejas, ni la gasolina va a bajar, ni el país crecerá a más del 1%, ni se detendrá el alza de precios, ni habrá Cuarta Transformación, porque esa sólo se logra a través de una revolución, como la que se está gestando en Bolivia, ni tendremos un mejor país, hasta que deje de haber simulación sobre simulación sobre simulación.
No sea que nos llegue a pasar lo mismo que a Somasormán.
Y aquí termino con el refrán estilo Pegaso: “¡Elimina mis signos vitales, puesto que perezco!” (¡Mátame, porque me muero!)