Por Pegaso
Alguien preguntaba ayer en un programa de chismes si las telenovelas son cultura o no.
Allá arriba, entre las gélidas nubes, donde descansaba después de mi ejercicio vespertino, torcí la boca, puse los ojos en blanco y llevé mi dedo índice a la sien, donde describí unos círculos, es decir, consideré que los presentadores del programa estaban más locos que una cabra al hacer tan estúpida pregunta.
Pero casi inmediatamente reconsideré.
-¡Vamos, Pegaso!-me dije. Si lo pensamos bien, el tema resulta interesante. Por principio de cuentas, si nos atenemos al término cultura, que significa todo aquello que cultiva el espíritu y las facultades intelectuales del hombre, probablemente algunas producciones sí encajen en la definición y otras definitivamente no.
Imaginemos a Catalina Creel, con un parche en el ojo, cuando asesina a su esposo para quedarse con su fortuna y a todos aquellos que se cruzan en su camino para proteger a su amado hijo. (Cuna de Lobos, 1986-1987, escrita por Carlos Olmos, dirigida por Carlos Téllez. Actuaciones de Gonzalo Vega, Diana Bracho, Alejandro Camacho, Rebecca Jones, Carmen Montejo y María Rubio).
O cuando la jorobadita llega a la rica mansión y se pone a bromear con el viejo rabo verde, quien al querer vengarse de su ambiciosa familia se casa con ella y después muere, dejándole su inmensa fortuna. Luego, con toda la lana del mundo, ella se quita la joroba y se convierte en un bombón que después se quiere comer el sobrino galán. (Rina, 1977-1978, escrita por Inés Rodena, producida por Valentín Pimstein, con las actuaciones de Ofelia Medina, Enrique Álvarez Félix, María Rubio, Carlos Ancira, Alcia Rodríguez, Magda Guzmán, Raúl Meraz, Otto Sirgo y Alicia Encinas).
O cuando la chorreadita del pueblo llega a la casa de un milloneta, quien la cobija bajo su protección y decide convertirla en toda una dama de sociedad, en una trama parecida al drama girego Pigmalión. Y como siempre, el muchacho chicho busca quedarse con ella, luego de despreciarla en sus primeros encuentros al verla vestida con andrajos y huaraches de correa. (Los Ricos También Lloran, 1979-1980, guión de María Zaratini, dirección de Rafael Banquells, con actuaciones de Verónica Castro, Rogelio Guerra, Augusto Benedico, Alicia Rodríguez, Rocío Banquells y Yolanda Mérida).
O cuando el fiero soldado regresa de la guerra, encuentra a su novia casada con un rico terrateniente y pretende recuperar su amor y sus billetes. (Bodas de Odio, 1983-1984, guión de María Zarattini, dirección de José Rendón, actuaciones de Frank Moro, Christian Bach, Miguel Palmer, Magda Guzmán y Rafael Sánchez Navarro).
Las telenovelas, las buenas telenovelas, son adaptaciones de obras literarias originales, por consiguiente, pueden ser consideradas cultura.
Pero si nos vamos a los churros que se producen y transmiten actualmente, donde una estudiante se vuelve sicaria de un cártel de la droga, asesina gente sin hacer gestos y usa armas como si usara su lápiz labial, llegaremos a la conclusión de que eso ni cultiva nuestro espíritu ni nuestras facultades intelectuales. Por el contrario, más bien fomenta la violencia y hace apología del delito. (Rosario Tijeras, 2016-a la fecha, original de Adriana Pelusi, dirección de Salvador Cartas, con las actuaciones de Bárbara del Regil, José María de Tavira y Antonio Gaona).
Algo por el estilo podemos ver en otras narconovelas, como Sin Tetas no hay Paraíso, El Capo, El Señor de los Cielos y La Reyna del Sur. Este tipo de producciones empiezan a tener una fuerte oposición por parte del público culto, ya que «debilitan el tejido social e ignoran la importancia de los factores que contribuyen al éxito de la narcocultura en el país» (InSight Crime).
Entonces, ¿son las telenovelas cultura, o no?
Los dejo con una reflexión de Capulina estilo Pegaso: «Lo ignoro, lo ignoro, posiblemente, quizás». (No lo sé, no lo sé, puede ser, a lo mejor).