Por Pegaso
Andaba yo volando allá, cerca de la plaza principal Miguel Hidalgo, donde ayer por la tarde se presentó un brillante festival de patinaje artístico, y donde los niños de uno a cien años pudieron divertirse como enanos viendo las acrobacias de los artistas sobre hielo.
Tan arrobados estaban todos que hasta se olvidaron por un rato de estar chateando con los cuates por los celulares.
Pero eso sí, todos pudieron tomar fotografías con sus smartphones para llevarse un bonito recuerdo de esta Navidad, que comienza con buenos augurios.
Sin embargo… y aquí viene el sin embargo, muchos papases y muchas mamases se las verán negras para comprarles los regalitos a sus retoños.
Porque los huercos ya no piden cochecitos de cuerda, patines, baleros, yoyos y demás juguetes sanos y divertidos que se usaban antes.
No. Ahora quieren consolas de videojuego, la última edición del iPhone, Motorola o Samsung, tablets, pantallas planas de no menos de 60 pulgadas y todo un mundo de productos tecnológicos que cuestan un ojo de la cara.
Para los papás consentidores, ahí les van algunos regalitos que pueden ser del gusto del chiquillo o chiquilla más exigente:
-Consola PS4Pro de 500 GB, 10,499 pesos.
-iPhone 8 Plus Apple 64 GB, 18,998.99 pesitos.
-Pantalla Samsung de 65 pulgadas, 22,999 pesos.
-Dron Quadrone Call of Duty, 2,999.01 pesos.
-Videojuego Fifa 18 Xbox 360 Edición Legend, 699 pesos.
Y párele de contar.
Sé que hay papás que, por darles gusto a sus engendros se quedan endeudados por varios meses del año siguiente con tal de darle sus crismas.
Es muy común que en la escuela el riquillo del salón lleve el último modelo del celular más caro, que presuma su más potente consola o su flamante computadora Alien, así que los demás harán todo lo posible por ser igual de cool; y para ello no descansarán hasta que los padres les compren el artículo que quieren, así sea clonado o de una marca más chafita.
¡Ahhhh, qué tiempos aquellos en que todos se contentaban con unos chicles o una caja de galletas!
Hay un cuento muy bonito sobre los regalos que dice así: En una familia había dos niños; uno de ellos era muy caprichoso y pesimista, siempre estaba de malas y nada le gustaban.
El otro era más apacible y a todo le hallaba el lado bueno.
Durante la Nochebuena sus papis los enviaron temprano a la cama, porque a la mañana siguiente debían abrir sus regalos.
Al amanecer, se levantaron ambos y se fueron corriendo al pino a ver qué les había traído el viejo barrigón.
El primer niño tomó una caja grande, envuelta primorosamente, con un moñote rojo; la abrió y encontró en el interior una fabulosa consola de videojuegos.
Llegaron los papás y le preguntaron: «¿Qué te trajo Santa Clós, Juanito?» Y el tal Juanito les responde: «¡Nada más esta mugre de videojuego! Y se tiró al suelo llorando, haciendo un tremendo berrinche.
Acostumbrados a ese tipo de reacciones, los papás le preguntaron a Luisito, el niño optimista: «Y a tí, Luisito, ¿qué te trajo Santa?» Respondió el escuincle: «¡Me trajo el pony que siempre he querido!» Los padres, desconcertados, le volvieron a preguntar: «Pero, ¿dónde está el pony que no lo vemos?» Y Luisito dice con una sonrisa brillante: «¡No lo sé, pero por ahí debe andar, miren, aquí está la popó que dejó en mi lugar!»
Yo pienso que la bonita época de los juguetes manuales ya quedó muy atrás y ahora todo es electrónico, inteligente.
Los niños ya nacen con el chip integrado. Es más, creo que hasta ya traen wii fii, y en lugar de cordón umbilical ahora son inalámbricos.
Cuando un niño nace en un hospital, el médico le entrega a los padres la huellita impresa de sus pies, el acta de nacimiento, su correo electrónico, su número de wasap, su contraseña de Twitter y su cuenta de Netflix.
Imaginen la siguiente escena donde unos padres deciden no regalarle artículos tecnológicos a su vástago, sino que optan por comprarle un regalo menos costoso y más tradicional, digamos, un trompo de madera.
El chamaco llega corriendo hasta el árbol navideño y ve la vistosa caja forrada con motivos navideños. La abre ansiosamente y mira lo que hay en el interior.
«¿Qué será esto?»-se pregunta. Lo toma con una mano, le da vueltas acá y acullá, mira la punta de clavo, la cabeza cilíndrica y empieza a presionar con el dedo.
Sus papás se le quedan viendo y luego le preguntan: «¿Qué estás haciendo, Jaimito?» Y el avispado párvulo les contesta: «Estoy buscando el botón de inicio, pero no lo encuentro».
Por eso, aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «¡Posiciona dicho artefacto en forma de peonza en la placa córnea que protege la parte superior de las extremidades dactilares!». (¡Échate ese trompo a la uña!)