Por Pegaso
Andaba yo volando allá, sobre las más altas capas de la atmósfera, con mi cubrebocas N-95 para no contagiarme del coronavirus, ya ven que todo mundo anda apanicado, pero nadie quiere quedarse en su casa a compartir tiempo de calidad con sus adorables cónyuges y sus inquietos bodoques.
Alcancé a escuchar en las ondas hertzianas cómo el Pejidente pidió tregua a los malvados conservadores y a los maquiavélicos fifís, encabezados por el Tomandante Borolas, Felipillo Calderón.
Lo hizo para que, mientras se queda en su casa (o en este caso, en el Palacio Nacional), no le vayan a dar el gane y se queden con el Gobierno, ya que en la política, igual que en el sexo, “los huecos se llenan”.
Pero más bien lo que pienso yo es que por fin se dio cuenta de lo serio del asunto.
Hasta hace apenas una semana todo era chunga para él, y en lugar de implementar acciones urgentes, como la detección temprana de casos de COVID-19, mostraba sus estampitas protectoras en cadena nacional e internacional.
Supongan mis dos o tres lectores que el Pejidente no se quede en Palacio, inquieto y vivillo como es, sino que continúe con sus visitas a Badiraguato o a cualquier otro pueblecito con crepúsculos arrebolados.
Si dentro de los besos de cachetito y saludos de mano llega a contraer el coronavirus, lo más probable es que enferme.
Pero no solo será ALMO, sino el Pejidente, que son dos cosas muy diferentes. Una es la persona y otra es la institución.
Si cae enfermo de gravedad, el País estará sin mandatario durante el tiempo que dure hospitalizado.
En ese caso se tendrá que implementar el protocolo marcado por la Constitución, en su Artículo 84 que a la letra dice: “En caso de falta absoluta del Presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al Presidente interino o substituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor a sesenta días, el Secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo”.
A estas alturas, el estado de salud del mandatario es asunto de Estado. ALMO tiene casi tantos años como Chabelo, así que ya no se cuece al primer hervor, pero además padece de hipertensión y ha sufrido por lo menos un infarto.
Aparte, le entra con ganas a los tacos de tripita, a las carnitas estilo Michoacán, a las memelas y a los frijolitos en bola con tortillas recién hechas que le ofrecen en las rancherías que visita, o en las fondas donde acostumbra parar.
Esperamos que no pase eso para que nuestro país no se vea envuelto en una crisis política, porque ya tenemos suficiente con las crisis sanitaria y de seguridad.
Pero si a pesar de todas las estampitas que trae en su cartera llega a contraer el coronavirus y no alcanza a librarla, dudo mucho que los apóstoles de la Cuarta Transtornación sigan sus sabias enseñanzas.
Como ocurrió con Cristo, luego que murió, sus seguidores fundaron una Iglesia que todavía hasta hoy forma parte de los aspectos más retrógradas de la Cultura Occidental.
Sin el guía moral, se disputarán el poder, como aves de rapiña los grupos comandados por Rucardo Montreal y su perrito pantorrilero, Alejando Rosas, Yeikol Chilinsky, el carnal Marcelo Ebard, Perfidio Muñoz Lelo, Mamuel Bartel Díaz, Bertha Muján y otros morenos más.
Entonces, mi Pejidente, a quedarse en su casa, a recibir el salario mínimo y a ver la chafa programación de Tele Aztuerca, como el resto de los mexicanos.
Va el refrán estilo Pegaso: “En oquedad bucal clausurada es imposible que se introduzcan dípteros”. (En boca cerrada no entran moscas).