Por Pegaso
Faltan ya como 50 días para que termine el año…, bueno, menos, 69 días y ya muchos nos estamos preparando para los tamalitos, el pavito con gravy y otras delicias que sólo se disfrutan durante la temporada decembrina.
Mientras tanto, quiero informales a mis dos lectores…, bueno, menos, a mis cuatro lectores (Nota de la Redacción: Nuestro colaborador tiene una fijación con la famosa frase de Peña Nieto) que no pude acudir como hubiera querido al evento de exhibición de autos antiguos donde se presentó el archifamoso, casi casi un rock star, Martín Vaca, protagonista del programa de televisión de paga Mexicánicos.
¿Que por qué hubiera querido ir?
Porque en la página oficial del programa, y dentro de los promocionales del mismo, aseguran que pueden hacer conversiones de todo tipo, por ejemplo, vochitos limousinas, carcanchitas con chasís de Silverado, aviones-limo, etctétera.
Yo quería preguntarle a Martín Vaca cuánto me costarían dos proyectos que traigo en mente:
Proyecto 1: Convertir mi Buick Century en un coche volador.
Proyecto 2: Convertir a mi perro chihuahueño en un perro salchicha.
Si puede con esas dos chambitas ya podemos decir que los mexicanos somos rete chingones y que el resto de los habitantes de este planeta nos pelan los dientes.
Hasta antes de la aparición de ese programa nos asombrábamos con los hermosos trabajos de restauración que hacían en los Estados Unidos e Inglaterra, viendo programas como Locos por los Autos, Los Restauradores, Joyas Sobre Ruedas y muchos más, cuyos productos salían directamente del taller a las grandes ferias de exhibición de autos clásicos, o a museos temáticos.
De pronto, surgido de la nada, salta a la fama un programita que se produce en Guadalajara, Jalisco, con una bola de maistros mecánicos, hojalateros y chalanes malhablados encabezados por un individuo chaparrín, bigotón, naco y bilioso, aficionado a las carreras de dragsters.
Martín Vaca encabeza a un equipo que hace conversiones en un taller que parece nave de maquiladora. Quien vea el programa tiene algunas primeras impresiones nada positivas, por ejemplo, Vaca es verdaderamente exigente y trae al puro pedo a la raza que trabaja con él; por otro lado, es evidente que la mayoría de ellos son unos chambones y que sólo de esa manera es como jalan y se obtienen vistosos resultados, que no le piden nada a los gringos.
Entonces, Martín Vaca se ha convertido en el estereotipo del mexicano exitoso que compite de tú a tú con los mejores del mundo en lo que a restauraciones y conversiones de automóviles se refiere.
El mensaje que subyace aquí es que los mexicanos, cuando nos lo proponemos y tenemos un látigo que nos fustigue, podemos hacer maravillas.
Eso me recuerda, por supuesto, a la historia del México precolombino.
Millones de sufridos macehuales trabajaban día y noche sólo para ganar unos granos de máiz y un poco de cacao para cubrir sus más básicas necesidades.
Por abajito maldecían su situación y pedían a los dioses que su amado tlatoani se fuera hasta el fondo del lago de Texcoco amarrado a la Piedra del Sol.
Pero en público tenían que obedecer todo lo que les ordenaban sin chistar, a punta de chicote y bajo la amenaza de muerte para él y su familia completita.
Fue gracias a ese tipo de esclavitud que se construyó la portentosa Tecnochtitlan, la cual causó gran asombro entre los primeros españoles que llegaron a verla.
Así, los trabajos de restauración que hacen las manos mexicanas y que se exhiben en History Channel ya dieron la vuelta al mundo y están causando asombro por su calidad. En Estados Unidos, a estas alturas, Martín Vaca es un héroe para millones de paisanos que trabajan y viven en aquel país.
Yo soy fan del programa Mexicánicos. Me gusta ver cómo llega una carcacha hecha pedazos y la convierten en una reluciente obra de arte sobre ruedas.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice: «¡Me considero oriundo de la República Mexicana incluyendo las tapas de la culata!» (¡Soy mexicano hasta las cachas!)