Por Pegaso
La noticia de las últimas horas fue WhatsApp, o wasap en español.
Mark Zuckerberg, el propietario de esa plataforma, impone nuevas condiciones para poder seguir gozando de los servicios “gratuitos”.
Decir gratuitos entre comillas significa que en realidad no lo son, porque los dueños de los gigantes tecnológicos bien que se aprovechan de todos los datos, comentarios, fotos y secretos que subimos a las redes sociales todos los días, a cada momento y bajo cualquier circunstancia para seguir enriqueciéndose.
En estos momentos Facebook, Google, WhatsApp, YouTube, Pinterest y todos los programas que usamos diariamente, saben más de nosotros que nosotros mismos.
Es algo que puede poner los pelos de punta si tomamos en cuenta que prácticamente hemos entregado en charola de plata todos nuestros datos confidenciales a las grandes empresas.
¿Le han llegado alguna vez mensajes de compañías telefónicas, bancarias, y de todo tipo de servicios que le ofrecen mediante su correo electrónico o número telefónico?
Facebook y WhatsApp les venden a las empresas todos nuestros datos, y a cambio nos dan la posibilidad de usar “gratuitamente” sus servicios.
Hasta ahora hemos visto la cara amable de esas aplicaciones: Podemos conectarnos con nuestros familiares que viven en Timbuctú en vivo, sin necesidad de pagar una fortuna en videoconferencias, chateamos con los cuates, enviamos información personal y en ocasiones confidencial, que queda registrada en los gigantescos bancos de memoria.
¿Alguien ha leído la novela de George Oxwell llamada “1984”, donde se retrata a una futurista sociedad controlada por un Big Brother o Gran Hermano?
Pues hagan de cuenta que ya estamos en ella.
No hay cosa que las grandes compañías tecnológicas no sepan de nosotros.
Hay un meme que me gustó. Fue subido a un grupo de WhatsApp y dice así:
-Hola, Pizza Hut?
-No, señor, Pizzería Google.
-Disculpe, marqué mal.
-No, señor. Marcó bien. Google compró la cadena Pizza Hut.
-Bueno, entonces anote mi pedido, por favor.
-¿Lo mismo de siempre?
-¿Y usted cómo sabe qué pido yo?
-Según su calle y su número de departamento, las últimas 12 veces usted ordenó una napolitana grande con jamón.
-Sí, esa quiero.
-¿Me permite sugerirle una pizza sin sal, con ricota, brócoli y tomate seco?
-No. Detesto las verduras.
-Su colesterol no es bueno, señor.
-¿Y usted cómo lo sabe?
-Cruzamos datos con el IMSS y tenemos los resultados de sus últimos 7 análisis de sangre. Sus triglicéridos tienen un valor de 180 mg/DL y su LDL es de…
-¡Basta, basta! ¡Quiero la napolitana! Yo tomo mis medicamentos contra el colesterol.
-Perdón, señor, pero según nuestra base de datos, no los toma regularmente. La última caja de Lipidor de 30 comprimidos que usted compró en la Farmacia López fue el pasado 2 de diciembre del 2020, a las 3:26 p.m.
-Pero compré más en otra farmacia.
-Los datos de sus consumos con tarjeta de crédito no lo demuestran.
-Pagué en efectivo, tengo otra fuente de ingresos.
-Su última declaración de ingresos no lo reflejan. No queremos que tenga problemas con el SAT.
-¡Ya no quiero nada!
-Perdón, señor, solo queremos ayudarlo.
-¿Ayudarme? ¡Estoy harto de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp e Instagram. Me voy a una isla sin internet, cable ni telefonía celular.
-Comprendo, señor, pero aquí me sale que su pasaporte está vencido desde hace 5 meses…
¡Todo lo saben! Hemos entregado nuestros datos y nuestras vidas a esos monstruos tecnológicos que nos tienen en sus manos a cambio de un modesto servicio de mensajería.
Por desgracia para todos nosotros, nos hemos dado cuenta demasiado tarde. Somos adictos a la tecnología, a los mensajes de correo electrónico y todo lo que tenga que ver con las redes sociales.
Hasta las viejitas de ochenta y noventa años no pueden estar sin saludar a sus cuatachas por WhatsApp y estar comentando qué le ocurrió al perico.
Y ya cuando somos adictos, nos sale el dueño de WhatsApp con que los términos del servicio van a cambiar y que ahora debemos darle autorización para usar nuestros datos personales como le dé su regalada gana, vendiéndolos al mejor postor a precios exagerados para que los proveedores puedan darnos un mejor servicio. ¡Hágame el recabrón favor!
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Resulta una falacia que todo objeto que destella es mineral áureo”. (No todo lo que brilla es oro).