Por José Ángel Solorio Martínez
El alcalde de Altamira, Armando Martínez Manríquez, sigue cavando su tumba política. Es ese, uno de los pueblos más complicados de gobernar: coexisten diversos grupos políticos, cuyo pragmatismo les ha hecho actuar con un permanente vaivén. Unas veces, son priistas; otras, panistas y recientemente, han tomado a MORENA como herramienta preferente para llegar al gobierno.
Para ser, honestos, Martínez Manríquez, no ha gobernador tan mal; ha remozado la ciudad -hecho que ningún presidente municipal, había hecho-, ha reactivado los servicios públicos que ofrece el Ayuntamiento, y ha invertido parte del erario en diversas obras de infraestructura municipal.
Se le critica, igualmente, que debido al presupuesto que maneja, es para que hubiera desplegado más proyectos de interés social.
Su principal falla, ha sido, sus formas de manejo político con los diferentes actores de la ciudad. Inició con los mejores augurios, aunque no con las mejores cifras: obtuvo la alcaldía, con una mínima ventaja contra el aspirante priapanista.
Los protagonistas perdedores, se replegaron. Más no desaparecieron; siguen activando en el municipio y aspiran a regresar con mayores bríos.
El problema fundamental, del morenista Armando, es su asilamiento de los factores sociopolíticos de la comunidad. La conducta de conducir el poder municipal exclusivamente con su familia -sus hijos y su esposa- y soslayar a otros personajes de la sociedad altamirense, le está cobrando: ha creado un bloque opositor a MORENA, sólido y extenso; tanto en el PRIAN, como otros actores emergentes en ese puerto, como el MC.
La forma excluyente de gobierno de los Martínez, ha debilitado a MORENA; porque desde el interior de este partido, se está gestando un grupo que rechaza las estrategias gubernamentales del alcalde y su familia.
Tan exclusivo ha sido la estirpe gobernante, que hasta los espacios partidistas guindos, han sido ocupados por los vástagos del jefe edilicio.
Tanta preocupación existe en el partido, que a nivel estatal ya pusieron a Altamira como zona de riesgo en la elección del 2024.
El dominante grupo de los Juvenales en el PAN, amaga con extenderse al PRI y otras agrupaciones y poner en una potencial minoría a MORENA en la ciudad. Martínez Manríquez, empezó a operar en el Ayuntamiento con ciertos acuerdos con Juvenal; los rompió semanas después, provocando el distanciamiento entre ambas fuerzas.
Los contratos de obra, han sido monopolizados por prestanombres del alcalde -entre ellos está el ex alcalde de Nuevo Laredo, Ramón Garza Barrios- dejando fuera de ese paraíso, a personajes que aportaron para el financiamiento de la campaña de Armando.
El escurrimiento de la corriente que encabeza Genaro de la Portilla al MC, es otro ingrediente de presión para el alcalde morenista y otro efecto de su incapacidad para cohesionar el cuerpo político general del municipio. Es decir: los factores reales de poder que coexisten en Altamira, se están distanciando del alcalde.
Esa atmósfera generada por la impericia de Martínez Manríquez, ha provocado la emergencia de candidatos a la alcaldía de mayor confiabilidad. Y hay razones para ello: la diputación local y la diputación federal -que tienen como cabecera distrital el puerto altamirense-, son de vital importancia regional y nacional.
¿Cómo evitar esos riesgos?
No hay otra: o Armando, mejora sus estándares de su gobierno y de sus políticas, o aquellos espacios parlamentarios -e incluso la alcaldía- pueden cambiar de manos.
Se ve complicado para Martínez Manríquez: gobierna con priistas, panistas y empresarios amigos. MORENA -es justo un elemento desequilibrante en la ciudad-, está fuera de áreas del gobierno municipal.
En semanas, sabremos; si Armando, juega en el bando de los héroes o milita en la pandilla de los villanos.