Por Oscar Díaz Salazar
Estamos a pocos días de la fecha en la que Carlos Salinas de Gortari dio el manotazo en la mesa para frenar a los que pretendían acotar su poder y cuestionar la legitimidad de su presidencia.
El diez de enero, con una incursión violenta a la casa del líder moral del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, en Ciudad Madero, a los mexicanos les quedó muy claro que, – con todo y las versiones de un fraude electoral y de surgir de la primera elección competida y reconocida por el “sistema” como tal, en la época post revolucionaría -, que Carlos Salinas de Gortari sería un presidente tan fuerte como todos los anteriores, sino es que más.
De las muchas lecciones que podemos ver en el Quinazo, está la del acto simbólico y real de “golpear” a los enemigos y demostrar que no tienen razón los que dudan de la habilidad, voluntad y “tamaños” para gobernar, de quien tiene ese encargo por mandato popular, aunque esté cuestionado ese mandato, o precisamente porque está cuestionado.
La fecha y la reflexión sobre el significado del Quinazo en la consolidación del salinismo, pueden ser muy útiles para quienes hoy tienen responsabilidades de gobierno.
Me parece que están dadas las condiciones para dar otro manotazo en la mesa para vencer a uno que no se quiso convencer. Para retirar de la escena política a un individuo que repetidamente ha desafiado la autoridad, los deseos, los planes y las intenciones de jefe político de los morenos.
La salida forzosa de Gattás, que en más de una ocasión a rechazado el puente de plata, serviría para que propios y extraños dejaran de cuestionar la autoridad y el liderazgo del gobernador.
Mientras el presidente municipal espurio, que desde candidato fue espurio, permanezca en su cargo, disputando el protagonismo político en la capital, se seguirá cuestionando la “autoridad” del mero jefe.