- La violencia incontrolable del estado mexicano tiene como blanco a los periodistas, quienes tienen que ejercer su profesión bajo las amenazas, el miedo, y el riesgo de perder su vida misma
Ciudad de México.- La labor noble del periodismo se enfrenta a una realidad difícil en México.
La indiferencia política, la telaraña del crimen organizado, la estructura azarosa del gobierno, le dan la espalda a mujeres y hombres que a diario luchan porque la verdad y el derecho mismo a informarse no mueran en una nación que pretende acallar la voz de los periodistas con la pólvora.
Las noticias no mejoran. Ayer, a las 6:40 de una tarde turbia, en la localidad entre montañas de Zitácuaro, Michoacán, apareció el cadáver de Armando Linares, acribillado a las puertas de su domicilio de acuerdo con el comunicado oficial de la Fiscalía General del Estado de Michoacán (FGE).
Armando Linares era periodista. Apenas en febrero pasado, en las mismas tierras michoacanas, y partiendo del asesinato de Roberto Toledo, amigo y compañero periodista, Linares informó que no confiaba en la fiscalía de dicho estado por los actos de corrupción incesantes que habían reportado en las entrañas de la dependencia. Roberto Toledo, cuya labor se concentraba en la denuncia del gobierno coludido con el crimen organizado, fue acribillado mientras abandonaba las oficinas de su trabajo.
Casi dos meses después, y con todas las razones para temer por su vida tras la pérdida de su compañero, y aún más por la ola de violencia incontrolable que atenta contra su gremio, Armando Linares corrió con la misma suerte. Con su muerte, crece la lista indigna y el conteo de periodistas que han sido asesinados en México en el transcurso del año: ocho.
Es una cifra preocupante, considerando que, según los medios oficiales, se registró el asesinato de siete periodistas en el país a lo largo del 2021, y al día de hoy, miércoles 16 de marzo del 2022, el número ha sido superado.
De acuerdo con la organización ARTICLE19, desde el inicio de la década de los 2000, 151 periodistas han sido asesinados en México, de los cuales 12 son mujeres y 139 son hombres.
El panorama ha llamado la atención del mundo, con razones válidas, y no exentas de polémica. Hace unos días el Parlamento Europeo emitió un comunicado en el que afirmaba que «México es desde hace mucho tiempo el lugar más peligroso y mortífero para los periodistas fuera de una zona oficial de guerra». Al llamado ya se había unido con antelación la ONU, con la voz de Michelle Bachelet, quien en el marco del día de la mujer informó que en México “los reporteros que trabajan sobre política local, corrupción y crimen enfrentan mayores riesgos de ataque».
Andrés Manuel López Obrador respondió de modo negativo a lo que consideró acusaciones sin fundamento basadas en la oposición política. A pesar de que afirma que en su gobierno no se censura a los periodistas, y de poner en marcha investigaciones para esclarecer y ajusticiar a los que fueron asesinados en su sexenio, no existe como tal un organismo que garantice la seguridad de todas las mujeres y hombres que en medio de las amenazas cumplen con su labor, que luchan a diario para que no muera la verdad, y quienes denuncian sin descanso que los que tienen las manos más manchadas de sangre son aquellos que deberían estarnos protegiendo.