Por Pegaso
¡Hoy, hoy, hoy! Sí. Hoy se concretará el episodio más morrocotudo, chimengüenchón y cuchicuchesco de que se tenga historia en el México contemporáneo: La venta del avión presidencial.
Cosa semejante no se había visto desde que el célebre estafador checo Víctor Lusting intentara vender la torre Eiffel en dos ocasiones.
Porque, para empezar, la Presidencia de la República no es propietaria del avionzote, sino de BANOBRAS, que lo otorga en arrendamiento a la Secretaría de la Defensa Nacional.
En segundo lugar, desde que se anunció que se pondría a la venta, el aparato ha tenido poca, por no decir nula demanda.
Y punto número tres, como decía Adal Ramones, está sobrevalorado, porque a pesar de que se estuvo ofreciendo a presidentes, jeques, shas, rajás, emperadores, reyes, visires y potentados, todos le hicieron el fuchi y tuvo que regresarse a México, después de gastarse unos 30 millones de pesos solo por tenerlo estacionado en un hangar de California.
El pedazo de chatarra volador que compró Felipillo Calderón durante su mandato es una nave Boeing 787-8 descontinuado.
Bautizado con el nombre del prócer de la Independencia, José María Morelos y Pavón, costó en su momento 218.7 millones de dólares más una lanita extra para modificarlo y adecuarlo a las necesidades presidenciales.
Los 1,300 millones de dolarucos que el Gobierno Federal pretendía obtener con la venta en el extranjero, no llegaron porque nadie quiso el armatoste.
Entonces, como una verdadera epifanía, llegó la inspiración: se haría una rifa.
Se venderían seis millones de billetes en un sorteo especial de la Lotería Nacional, y el afortunado ganador tendría para él solito un flamante avión que ni Barack Obama tenía, parafraseando al beodo Calderón.
Pero alguien pensó: “Bueno, si me saco el avión, ¿dónde chingaos lo voy a meter?”
Suponga usted que se lo gane un obrero de maquiladora que vive en una palomera del INFONAVIT con su vieja y sus cinco hijos.
En la pequeña cochera apenas cabe un triciclo, y en el techo, ni qué pensarlo, porque se puede venir abajo con cualquier cosa que le pongan encima.
Y ni qué hablar de tenerlo estacionado en algún aeropuerto hasta que tenga la oportunidad de usarlo, porque la renta mensual del espacio se cotiza en millones de dólares.
Además, ¿de dónde va a sacar a las azafatas, pilotos, mecánicos y personal de mantenimiento que se requieren?
Tras rebanarse los sesos, alguien por ahí sugirió que no se vendiera el avión, sino que se repartiera el costo entre los ganadores.
O sea, que se rifará el avión, pero no se entregará el avión. Lo que se rifará será una cantidad equivalente al precio.
Algo parecido a lo que hizo Víctor Lusting con la torre Eiffel. Citó a los más picudos empresarios franceses y les ofreció la edificación bajo el argumento falso de que sería demolido y vendido como chatarra. Es decir, que les vendió la torre, pero les entregaría solo el fierro.
A pocas horas para que se realice la rifa del avión presidencial, en algunos lugares como la Ciudad de México había colas en los expendios de billetes de lotería para comprar los cachitos.
La última noticia que leí es que apenas se habían logrado colocar algo así como el 69 o el 70% de ellos, a pesar de que el Gobierno de la República reunió a los más conspicuos ricachones del país y les metió a chaleco varios miles de números, después de agasajarlos con unos riquísimos tamales del chilpitín.
No quisiera terminar mi colaboración de hoy sin antes darle al Pejidente y a su equipo de colaboradores unos salutíferos consejos para las próximas rifas especiales de la lotería, con la más sana intención de que se obtengan las necesarias utilidades que después se harán llegar como apoyos a los ninis y a los viejitos: Rífese la pirámide de Teotihuacán, o mejor dicho, el costo de la pirámide de Teotihuacán.
Una segunda sugerencia sería que se sorteara el Castillo de Chapultepec, o el precio del Castillo de Chapultepec.
De esa manera, se tendrían mucho mayores ingresos que con los impuestos, de tal manera que pronto podríamos prescindir del SAT.
Va el refrán estilo Pegaso: “Equivale a ofertar tu espíritu al demonio”. (Es como vender tu alma al diablo).