Por Pegaso
Andábamos mi Pegasita y yo paseando en Plaza Sendero Periférico, cuando se nos ocurrió ir a ver la película “Godzilla vs. Kong”, un megachurrazo que se estrenó hace poco menos de un mes.
Hacía ya tiempo que no visitábamos una sala de cine, por aquello del coronavirus.
De hecho, las empresas cinematográficas cerraron por un año, mientras estuvieron altos los niveles de contagio. Hasta hubo uno o dos intentos por revivir el viejo formato de los autocinemas a fin de cubrir el nicho vacante.
Pero ahora podemos volver a gozar de la magia de las pantallas gigantes y el sonido envolvente, de las palomitas con mantequilla, los nachos con extra queso, los refrescos tamaño jumbo y los hotdogs con harta cebolla, tomate, catsup y mostaza.
Lo primero que mi Pegasita me pidió fueron sus infaltables palomitas.
Pero como había dos filas kilométricas, una para comprar los boletos y otra para los chuchulucos, le dije: “Mira, fórmate en la fila de la dulcería y yo voy a comprar los boletos”.
Total, nos tardamos casi una hora en las colas.
Pero una vez bien acomodados en nuestras butacas reclinables, nos dispusimos a ver el peliculón, donde dos famosos monstruos se enfrentan, gracias a la tecnología de los efectos especiales.
Como siempre ocurre, es una ciudad oriental la que queda destrozada luego del clinch de los titanes. En esta ocasión le tocó el turno a Hong Kong, pero normalmente a la que le parten la mandarina en gajos es a Tokio.
El argumento es simplón, pero los FX justifican el gasto de las entradas y las palomitas.
Al final de cuentas salimos satisfechos al saber que los viejos enemigos, Godzilla y Kong, unen esfuerzos para derrotar a un gigantesco robot mecánico llamado Mecagodzilla y terminan como grandes cuates. (Nota de la Redacción: El autor hace aquí un spoiler. Les suplico a los lectores que no gusten de spoilers, hagan favor de saltarse el párrafo anterior).
Nosotros, como ávidos cinéfilos, ya teníamos ganas de ir a ver una buena película.
Nos gusta la ficción, porque así nos olvidamos por dos horas de la monótona vida real, que en verdad apesta: Candidatos por todos lados, promesas falsas, estribillos chocantes y panorámicos que muestran sonrisas más falsas que un billete de 13 pesos.
Se acabarán las campañas y ganarán unos candidatos pero los problemas seguirán siendo los mismos: Encarecimiento de la comida, gasolinazos, alzas en la energía eléctrica, escuchar la voz chillona del Pejidente AMLO en sus conferencias mañaneras, a punto de tomar el camino de la dictadura y mil problemas más que debemos soportar los sufridos ciudadanos.
Por eso mismo, cuando se presenta la oportunidad y hay una buena película, nos vamos al cine a disfrutar de un rato de solaz y esparcimiento.
Hoy lunes vendrá de nuevo la rutina, ruedas de prensa, recorridos de proselitismo, dimes y diretes de los actores políticos y todo lo que las campañas incluyen.
Pero no hay que confundirnos. Ir al cine no es un acto de evasión, sino más bien, de un “impass” para seguir adelante con nuevos bríos en nuestra diaria labor de informar.
Quédense por lo pronto con el refrán estilo Pegaso que dice: “Del celuloide, las que ingresen mayores recursos económicos”. (Del cine, las taquilleras).